Los Rosales
Era mayo, era tiempo
de infinita soledad.
En su cuerpo cansado,
los años se notaban. En su mirada, ahora apagada pero con cierto brillo, podían adivinarse sentimientos de añoranzas.
Sus manos, ya
frágiles, hablaban, narraban historias de trabajo y sacrificio.
Pero sus ojos y sus
manos no mostraban las marcas de su corazón.
Corazón endurecido y
luego ablandado; que fue cerrado y abierto; herido y sanado. Corazón
enmudecido, que más tarde había gritado.
Tanto había caminado…,
tanto, como caminos encontrados.
Ahora era mayo, y sus
horas eran lentas.
Los rosales habían
florecido nuevamente. No era muy común.
Tal vez las rosas se
mostraban tan hermosas para atenuar la soledad… para despedirse de la mejor
manera…
En diciembre los
festejos; enero y febrero, los niños; marzo, la cosecha; abril, los últimos
arreglos generales; mayo…
Decidió salir a dar un
último paseo, y despedirse de sus flores y de esos frutales que habían estado
siempre, brindando sus frutos y semillas; escondiendo entre sus ramas sus
secretos mejor guardados.
El atardecer avanzaba
y el cielo se iba oscureciendo.
Sí, sonrió, sus secretos aún estaban bien guardados
entre las hojas, que no parecían querer secarse todavía.
Está bien, se dijo, ya
es tiempo.
Se sentó lentamente en
el banco de madera que miraba hacia los naranjos, y dejó que el viento tomara
su vida y se llevara lejos sus recuerdos.
Era mayo.
Paula Di Croce
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