Como niños
En la infancia no
hay prejuicios. Para el niño pequeño, el mundo es un lugar seguro y hermoso, en
el que todo es simple y la naturaleza es funcional a sí misma.
El niño no se
preocupa por la mirada ajena, llora y ríe al ritmo de sus emociones, las cuales
fluyen sin resistencia. No intenta ser alguien diferente, no busca
reconocimiento, no se siente inferior ni superior a ningún otro ser. Se expresa
en libertad y se da por entero. Vive centrado y concentrado en el momento
presente. Mira con los ojos bien abiertos para poder apreciarlo todo, con la expectativa
simple del descubrimiento y la sorpresa. No siente culpa. Cree en la magia. Vive
en plenitud y su estado natural es la alegría.
Para vivir de esa
manera no necesita más que ser él mismo y vivir su inocencia.
Inocencia no
significa falta de experiencia, ingenuidad. Según el diccionario de la RAE, es
el estado del alma limpia de culpa; pero
también es el deseo del bien común, es la mirada enfocada en la armonía natural
del ser, la certeza de que todo es como debe ser, de que la vida tiende a la evolución.
Los niños de tres
años pueden vivir su inocencia porque nace con ellos. Nace con cada ser, está
en todos y en todo. Solo que, a menudo, se va tapando y queda escondida bajo
capas y capas de miedos.
Pero la inocencia
no desaparece, sigue ahí, esperando a que la liberemos. Tapada de miedos, sigue
latiendo, deseando expresarse y manifestar sus colores. Para recuperarla es
necesario conectarnos con nosotros mismos, con nuestra esencia pura, esa que no nos
animamos siquiera a reconocer porque creemos que no “encaja” con nuestro
entorno. Creemos que será herida si la dejamos salir porque el mundo es un
lugar “demasiado duro” y no se puede vivir con el corazón expuesto. Entonces
seguimos tapándonos, convencidos de que estamos a resguardo… ¿A resguardo de
qué?, ¿de quién?
Lo externo
responde a lo interno. Si nuestro interior está tapado de miedos, nuestro
exterior será amenazante. Si nos liberamos de los miedos, desaparecerán las
amenazas.
Si nos conectamos
con nuestra inocencia y la dejamos expresarse, nuestro entorno nos devolverá lo
mismo: armonía,
confianza, certeza, evolución.
Seamos
como niños. Vivamos la magia.
Paula Di Croce
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