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lunes, 27 de mayo de 2013



                  
                                   Como niños



En la infancia no hay prejuicios. Para el niño pequeño, el mundo es un lugar seguro y hermoso, en el que todo es simple y la naturaleza es funcional a sí misma.

El niño no se preocupa por la mirada ajena, llora y ríe al ritmo de sus emociones, las cuales fluyen sin resistencia. No intenta ser alguien diferente, no busca reconocimiento, no se siente inferior ni superior a ningún otro ser. Se expresa en libertad y se da por entero. Vive centrado y concentrado en el momento presente. Mira con los ojos bien abiertos para poder apreciarlo todo, con la expectativa simple del descubrimiento y la sorpresa. No siente culpa. Cree en la magia. Vive en plenitud y su estado natural es la alegría.

Para vivir de esa manera no necesita más que ser él mismo y vivir su inocencia.

Inocencia no significa falta de experiencia, ingenuidad. Según el diccionario de la RAE, es el estado del alma limpia de culpa; pero también es el deseo del bien común, es la mirada enfocada en la armonía natural del ser, la certeza de que todo es como debe ser, de que la vida tiende a la evolución.

Los niños de tres años pueden vivir su inocencia porque nace con ellos. Nace con cada ser, está en todos y en todo. Solo que, a menudo, se va tapando y queda escondida bajo capas y capas de miedos.

Pero la inocencia no desaparece, sigue ahí, esperando a que la liberemos. Tapada de miedos, sigue latiendo, deseando expresarse y manifestar sus colores. Para recuperarla es necesario conectarnos con nosotros mismos, con nuestra esencia pura, esa que no nos animamos siquiera a reconocer porque creemos que no “encaja” con nuestro entorno. Creemos que será herida si la dejamos salir porque el mundo es un lugar “demasiado duro” y no se puede vivir con el corazón expuesto. Entonces seguimos tapándonos, convencidos de que estamos a resguardo… ¿A resguardo de qué?, ¿de quién?

Lo externo responde a lo interno. Si nuestro interior está tapado de miedos, nuestro exterior será amenazante. Si nos liberamos de los miedos, desaparecerán las amenazas.
Si nos conectamos con nuestra inocencia y la dejamos expresarse, nuestro entorno nos devolverá lo mismo: armonía, confianza, certeza, evolución.   

Seamos como niños. Vivamos la magia.   

Paula Di Croce

 

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